Los croissants, un verdadero clásico de la cocina francesa, infaltable en el desayuno parisino de hoy en día, es un bizcocho originario de Austria, específicamente de Viena. Adoptado y popularizado en Francia por la afición a éstos que tenía María Antonieta.
Durante el intento de conquista de los Otomanos liderados por Mustafá Pacha al Imperio de Austria en el año 1683, quienes después de conquistar Hungría y las nacionales a la orilla del Danubio, sitiaron Viena, considerada en su momento baluarte de la Cristiandad. Después de constantes e inútiles ataques de los musulmanes a la ciudad sede del Imperio, decidieron cavar un túnel que pasará debajo de las murallas de la ciudad, para llegar directamente al castillo y asesinar a Leopoldo I, Emperador de Austria.
La estrategia era cavar de noche, para que los Vieneses dormidos no escucharan los trabajos de excavación que hacían discretamente con picos y palas, cuando estaban cerca de terminar el túnel en el patio del castillo fueron escuchados por un grupo de panaderos que trabajan de noche, éstos dieron la alerta a la Guardia Imperial, quienes tendieron una trampa a los invasores, derrotando en una sola noche al ejército invasor.
El Emperador de Austria, Leopoldo I, en agradecimiento a sus panaderos, les concedió honores y privilegios; como el derecho de usar espada al cinto, derecho exclusivo para los nobles y soldados del imperio. Los panaderos, agradecidos, inventaron dos panes: uno al que le pusieron el nombre de «emperador», y otro, al que llamaron «media luna» y dieron la forma de luna creciente, para recordar la vitoria de la cruz cristiana sobre la media luna musulmana.
María Antonieta se prendó del pan vienes y lo llevó a Francia adonde le llamaron originalmente “Luna Creciente” en francés “Croissant De Lune“, finalmente adoptó su nombre actual, simplemente “Croissant”.